Los lábridos
Una familia típica de nuestras costas.
Antes de comenzar, conviene señalar que los lábridos más comunes de nuestras costas son: el durdo, pinto o maragota; el serrano, tordo o bodión; la julia o doncella; el gallano -o gayano-, o gallito real; y el tabernero o picón.
Los lábridos son peces de fondo, pero que no viven pegados a él, como sería el caso de los peces planos, por ejemplo. Estos últimos se encuadrarían en lo que llamamos "bentónicos" propiamente. Es decir, que habitan en los lechos marinos sin separarse de allí, frecuentemente posados sobre el mismo, y cuando se desplazan o se alimentan, lo hacen también a ras de fondo.
Pensemos en un lenguado o en un pez araña, representantes ambos de peces bentónicos. Se mantienen durante largos periodos inmóviles, a la espera de que una de sus presas se ponga a tiro; o se desplazan a escasos centímetros del fondo para posarse de nuevo en otro lugar. Su cuerpo está adaptado a la vida bentónica, así como sus sentidos. Generalmente, pasan más tiempo inmóviles que nadando y se alimentan tanto de día como de noche. Además, este tipo de peces suele poseer eficaces dispositivos de camuflaje, para resultar invisibles mientras permanecen quietos.
El caso de los lábridos es diferente y es lo que se conoce como nectobentónicos ramoneadores. En otras palabras: son los que permanecen cerca del fondo o de una pared rocosa del litoral, pero nadando a cierta
distancia. Obtienen su alimento "picoteando" entre las algas o en la superficie de las rocas y raramente se hallan en fondos desnudos de arena o grava.
Su cuerpo está adaptado a nadar constantemente, aunque sin recorrer apenas unos metros. Es decir, algo así como si revoloteasen, pudiendo mantenerse suspendidos a media agua y alimentarse o desplazarse en las más
inverosímiles posiciones, lo que incluye con la cabeza hacia abajo, hacia arriba, efectuando quiebros y giros en cualquier ángulo, etcétera.
Otro aspecto interesante es que, al revés que los grandes nadadores, que emplean para desplazarse básicamente la aleta caudal, los lábridos suelen hacerlo con las pectorales.
O sea, muchas veces se desplazan con la aleta caudal recta, sin moverla apenas, impulsados sólo con estas aletas pectorales que, los peces que viven en aguas libres utilizan sobre todo como timón o como una especie de estabilizadores, de modo análogo al rabo de muchos mamíferos que equilibra su carrera o su salto.
Por tanto, los lábridos son incapaces de nadar a grandes velocidades o de recorrer largas distancias.
Para encontrar un ejemplo válido, tendríamos que ir directamente a buscarlo en los animales que se desplazan en otro medio semejante al agua: el aire.
Aquí encontramos aves, como águilas, buitres o albatros, que serían el equivalente a los grandes pelágicos que surcan los océanos. Recorren largas
distancias sin esfuerzo aparente, y están adaptados a la vida errante en la inmensidad de sus respectivos medios.
No obstante, imaginemos que un buitre tuviese que efectuar una maniobra muy rápida y precisa en un espacio pequeño, como podría hacerlo un gorrión o una paloma. Evidentemente, le resultaría complicado, si no imposible.
Pues bien: los lábridos, se mueven en el agua, no ya como gorriones o palomas, sino más bien como colibríes, como máquinas de maniobrabilidad perfecta que pueden desenvolverse en un mundo lleno de obstáculos, de
barreras, de corrientes, de algas... En fin, todo aquello que encontramos en los fondos litorales de los mares subtropicales o tropicales donde viven.
Al contrario que un pelágico, como pudiera ser un bonito o una sardina, son incapaces de valerse en aguas libres. De hecho, si capturamos unos lábridos y los mantenemos vivos en un tanque de agua, podremos realizar un sencillo experimento que revela lo anterior.
Subimos el tanque a bordo de una embarcación y ponemos proa a mar abierto. Cuando tengamos unas decenas de brazas de profundidad bajo nuestra quilla, soltamos a los pececillos en la superficie.
Algunos probarán a sumergirse o tratarán de escapar tan pronto como se sientan libres de nuevo. Pero, a los pocos minutos, muchos de ellos estarán merodeando alrededor del casco de nuestra nave, incapaces de encontrar el fondo y totalmente desvalidos en mitad de la mar. Tratan, por tanto, de encontrar un objeto que les brinde protección frente a las aguas libres, en las que no pueden sobrevivir.
Los grandes espacios marinos son absolutamente hostiles para los lábridos. Ninguna especie de esta amplia familia es capaz de vivir en este medio.
Tampoco los encontraremos en los fondos desnudos. Los lechos de grava o de arena están reservados para otras especies que, o bien pueden camuflarse o
enterrarse, o son buenos nadadores.
Un lábrido, con sus vistosos colores y sus escasas dotes para alcanzar velocidades respetables, sería una presa demasiado fácil para cualquier depredador.
Por eso prefieren los fondos rocosos, a ser posible tapizados de algas, y que cuenten con muchos lugares donde esconderse y por los que merodear. De hecho, muchos lábridos tropicales están adaptados a los arrecifes coralinos, lo cual no es de extrañar a tenor de su morfología y de sus hábitos.
Los lábridos son carnívoros, pero eso no los convierte en depredadores, al menos, no en predadores "típicos", como podría ser una lubina o una anjova.
La alimentación de los lábridos está compuesta básicamente por pequeños invertebrados, entre los que destacan anélidos marinos, crustáceos de escaso porte y algún molusco ocasionalmente si lo encuentran abierto.
Su boca, de reducidas dimensiones, está especializada en este tipo de alimentación.
Las mandíbulas no son muy fuertes, pero van armadas con unos afilados dientes aptos para ramonear en la superficie de las rocas, justo donde se encuentran sus presas naturales.
Sus labios, muy prominentes y carnosos, son quizás lo más característico de su boca. Y, por supuesto, cumplen su correspondiente función: bien irrigados y sensibles, ejercen de apoyo táctil para detectar a los animalillos de los que se alimentan pegados a la roca. Para el pescador de caña son una bendición, pues el anzuelo clava firmemente en este grueso apéndice, con lo que se evita perder la pieza.
La cabeza es pequeña, en consonancia con la boca, cuya apertura alcanza un ángulo de unos 45º, muy lejos de lo que se esperaría en otra especie carnívora de alimentación ictívora. Así pues, si comparamos algunos peces
que viven en entornos similares y de tamaño también parecido, como podrían ser un gallano o una julia (lábridos) y una cabrilla (serránido), pronto evidenciaremos está diferencia. Con sólo observar su boca distinguiremos sus diferentes adaptaciones, en cuanto a régimen alimenticio se refiere.
Eso no impide para que, habitualmente, pesquemos en el mismo lugar, con la misma carnada y los mismos aparejos estos tres peces. No obstante, la cabrilla posee anchas mandíbulas, con una boca enorme si la comparamos con la de un lábrido y pequeños dientes, que sirven únicamente para retener a su pieza. En el caso del gallano o de la julia, los dientes son curvos, más fuertes, grandes y afilados, idóneos para "rascar" en la roca y desprender a los animalillos allí asidos. Tampoco necesitan una gran boca o unas anchas mandíbulas, pues nunca ingieren otros peces a los que deban capturar.
Por tanto, la cabrilla, como buen serránido que es, está diseñada para capturar pequeños peces y otros animalillos de un bocado, con lo que una boca pequeña le haría fallar en muchas ocasiones. Pero, como vemos, no es el caso de los lábridos.
Aparejos para lábridos
Conviene tener presentes algunas de sus características más señaladas a la hora de confeccionar nuestros montajes para atraparlos.
Señalemos, punto por punto, aquellas que revisten especial importancia:
1- Comen pequeños invertebrados y su boca no acepta alimentos duros: En consecuencia, el aparejo debe ser apto para pescar con carnada, nunca con artificiales. Lo cebaremos únicamente con anélidos, con moluscos gasterópodos o bivalvos sin concha –nunca con trozos de cefalópodos- y con unos pocos tipos de crustáceos.
Lógicamente, evitaremos todos aquellos que sean demasiado duros o grandes, y tendremos que limitarnos a los siguientes: Pequeños cangrejos –a poder ser en época de muda- de no más de 2 cm. de longitud, quisquillas, pulgas de mar y cochinillas.
2- Viven y nadan cerca del fondo, pero a cierta distancia de éste.
Por tanto, las hijuelas o terminales, deben ir colocadas de modo que presenten el cebo a una distancia variable de entre un pie y una braza del lecho marino.
Los lábridos también atacan a un cebo que repose directamente sobre el fondo, por lo que, en montajes de varios anzuelos no es desdeñable la opción de colocar uno en punta que vaya en esta posición.
Sin embargo, los que están suspendidos a cierta distancia suelen registrar mayor número de ataques, quizás porque les resulta más fácil su localización.
3- Su boca es pequeña y carnosa: con lo que el anzuelo ideal es, asimismo, pequeño, de alto poder de penetración y poco sólido. No nos hallamos frente a espáridos de potentes molares y duras bocas, sino frente a unos peces de gruesos labios y bocas puntiagudas, en las que un anzuelo fino, recto y de
pata larga, hará presa con mayor facilidad.
Además, la pata larga presenta la ventaja de dificultar el tragado completo del mismo. Si tenemos en cuenta que muchos de los lábridos que pescamos con anzuelos pequeños, pueden y deben ser devueltos al agua por no dar la talla, conviene no dejar que traguen el anzuelo. Uno de tipo “pico de loro” o corto y redondo, tendrá muchas más posibilidades de ser ingerido y matar al pez que pretendemos liberar.
Por otra parte, un anzuelo muy sólido, de quedar enganchado en la piedra, acarreará a menudo que perdamos todo o gran parte del aparejo.
4- Viven en fondos rocosos: Esto condiciona que el aparejo sea adecuado para no trabarse en fondos duros y llenos de obstáculos. Un fallo habitual que cometen muchos aficionados, consiste en presentar un aparejo de surfcasting que sería adecuado para pescar, por ejemplo en el fondo de una ría o en un gran arenal.
Este tipo de montajes suelen precisar una plomada específica para adherirse al fondo o para evitar que “garreen”, es decir, se deslicen llevados por la
corriente. Por eso, los plomos a los que me refiero –cada vez más utilizados entre los aficionados al lance pesado- poseen puntas, arponcillos o ganchos, que consiguen un efecto de ancla.
Pero, en un fondo rocoso, como sería el caso de perseguir lábridos, esta función de agarre se torna nefasta, por cuanto perderemos aparejos en cada
echada.
Son de escasa talla: Así que no conviene sobredimensionar la resistencia de nuestros aparejos ni equipos. En lábrido de más de 2 kg., en nuestras aguas es excepcional, y el peso más habitual no pasa del ½ kg. No es como si perseguimos, por ejemplo, doradas, o lubinas, especies en las que, aunque la mayoría de los ejemplares adultos ronden 1 kg. de peso, siempre cabe la posibilidad de encontrarse con ejemplares de más de 5 kg., que darían al traste con un aparejo dimensionado para los ejemplares más comunes. Con los lábridos, esto no ocurre.
Pescando durdos o maragotas
El durdo, maragota o pinto es un lábrido que presenta una amplia gama cromática, sin que se sepa a día de hoy con exactitud a qué obedece esta singular variedad en su coloración.
Pese a que morfológicamente encontramos ejemplares prácticamente iguales, si tomamos como referencia su patrón cromático, parecerían pertenecer a especies distintas.
Esta singularidad, junto con el peso que puede alcanzar, es quizás lo más destacable. De hecho, es el mayor lábrido de nuestras aguas. Eso le convierte en una presa de cierta entidad para el pescador deportivo.
En realidad, esta especie no presenta algunos de los alicientes habituales que podemos encontrar en los peces más codiciados, como sería el caso de la lubina, la dorada, el dentón y otros de este porte. Pero también es cierto que un buen durdo, de 2 ó 3 kg. de peso, es capaz de presentar una feroz -aunque corta- batalla, y de poner nuestro equipo a prueba. Y es que, para pescarlo, necesitamos un equipo ligero, adecuado a la captura de lábridos.
La mayoría de la gente que se dedica de alguna manera a perseguir esta especie, lo suele hacer con equipos de fondo, de lance semipesado o de rockfishing, según dónde pesquen. Sin embargo, mi preferencia es completamente distinta, pues yo apuesto por pescarlos a boya; eso sí, con el adecuado calado para poner el cebo en el sitio correcto.
Con esto, me refiero a que, si bien el durdo es un pez de fondo, no se encuentra a ras de éste, sino que merodea cerca de las piedras, se adentra en las grietas, vaga mezclado entre las algas o al amparo de los bosques de laminaria.
Por tanto, una carnada suspendida cerca del fondo, tiene más posibilidades de ser detectada por nuestro pez, que si la dejamos tendida sobre el lecho marino.
El durdo es un pez curioso, de natación lenta y sosegada, que recorre sin prisa su territorio y ramonea sobre las piedras. Este dato también nos da la pista de lo que busca: principalmente crustáceos blandos, entre los que se encuentran quisquillas, camarones y pequeños cangrejos. Por cierto, un cebo excelente lo constituyen los trozos de cangrejo, especialmente si es blando.
Suele ser un pez solitario, aunque a menudo lo vemos, sobre todo los ejemplares jóvenes, nadando junto a otros lábridos o pequeños espáridos. En ocasiones, también, entra y sale constantemente de los repliegues y las
cuevas del fondo, en las que duerme y se refugia, pero que no hace suyas con carácter permanente como lo haría, por ejemplo, un mero. Es decir, que el hecho de localizar un durdo en una grieta, no nos garantiza que vaya a estar ahí al día siguiente, al estilo de los serránidos de fondo.
Desde los roquedos costeros, desde un espigón, desde la misma orilla de la mar siempre que el fondo sea de piedra y algas, encontraremos maragotas. No necesitamos apenas profundidad, pues esta especie se desenvuelve a veces en muy poco agua y bastan un par de brazas para dar con buenos ejemplares.
Pero también hay que apuntar que los grandes especímenes son cada vez más raros en aguas someras, sobre todo si éstas están sometidas a la presión habitual que el hombre ejerce en la inmensa mayoría de nuestras costas. A no ser que demos con una cala virgen o poco frecuentada, donde podremos
reencontrarnos con los grandes durdos en muy poco agua.
De no ser así, conviene buscarlos a 4, 5 ó 6 brazas , con un aparejo fino y bien lastrado. Recuérdese que la picada del durdo no es muy violenta y que conviene clavarlo por sus gruesos labios para evitar que se trague la
carnada, cosa que ocurre con frecuencia si no estamos atentos para propinar un rápido cachete.
Por eso conviene utilizar anzuelos finos, de pata larga y rectos, que evitarán, al menos en parte, ser ingeridos enteros y quedar alojados en la entrada de las vísceras del pez.
Respecto a los cebos, ya hablamos de los cangrejos (enteros los menores y a trozos el resto), pero son igualmente efectivos camarones y quisquillas y, por
supuesto, anélidos marinos.
Cebos para lábridos
Vayamos por partes, ¿qué comen los lábridos? Mejor aún, comenzaremos enumerando aquello que no comen: peces ni cefalópodos. En otras palabras, los lábridos no son ictívoros, por lo que rechazan cualquier carnada constituida por pescado. Esto incluye desde peces vivos, hasta pedazos de peces muertos. Así pues, cebos tan reputados como los trozos de sardina, de boquerón, etcétera, o bien tiras de calamar o de pulpo, serán del todo inconvenientes para su pesca.
Por supuesto, tampoco atacarán a los señuelos artificiales para mar, que simulan, en su mayoría, pequeños peces. A los lábridos les gustan los cebos vivos, puesto que no son en absoluto carroñeros, pero en su dieta -repetimos- está ausente cualquier tipo de pescado. Sin embargo, sí comen un buen número -por no decir casi todos-, de los animalillos que pueblan las franjas litorales de nuestras costas. Estamos hablando de cangrejillos, anélidos (gusanos), pequeños moluscos abiertos, quisquillas, pulgas de mar, etcétera.
Como vemos la lista es amplia, pero los pescadores deportivos, salvo pocas excepciones, usan, casi invariablemente el mismo tipo de carnada: anélidos marinos.
No obstante, esto no quita para que existan diferencias entre los muchos tipos de anélidos, vulgarmente conocidos como "gusana" o limbrices de mar, de que podemos disponer, pero no quería desperdiciar la oportunidad de reseñar algunos otros cebos que, igualmente efectivos, no son tan empleados para capturar estos peces. Me refiero, sobre todo, a los pequeños crustáceos, fáciles de capturar con la bajamar y realmente productivos en el anzuelo.
El primero de ellos, y sin duda, el más empleado sería la quisquilla (Leander aquilla ), no confundir con el camarón (Palaemon serratus) de mayores dimensiones y pelín grande para la boca de la mayoría de los lábridos, si exceptuamos las mayores maragotas o durdos.
El uso de la quisquilla, pese a ser un cebo muy utilizado por los pescadores de escollera, a veces está circunscrito, casi exclusivamente, a la pesca de espáridos con el agua movida. No hay duda de que este empleo tiene su fundamento, pues es quizás lo mejor que podemos encarnar en el anzuelo si perseguimos sargos o mojarras con el agua gorda.
Pero no debemos olvidar que, al igual que estos espáridos, lo lábridos cazan en los mismos ecosistemas litorales, aventurándose en aguas poco profundas para capturar estos pequeños crustáceos. La única diferencia estriba en que los lábridos, a diferencia de los sargos, prefieren las aguas quietas o de corriente moderada y cristalinas para alimentarse. Pero su alimento, en este caso las quisquillas que buscan en los pozos tildales tan pronto como la marea se lo permite, es el mismo. Por tanto, unas quisquillas vivas en un aparejo de lábridos, serán tan efectivas como en un aparejo de sargos. No desaprovechemos la oportunidad de ofrecérselas.
Del mismo modo, habitualmente nos olvidamos de los cangrejos cuando pretendemos pescar lábridos. ¿Por qué? Pues porque asociamos a los cangrejos a los grandes espáridos de dentadura poderosa y fuertes mandíbulas. Pero, ahora viene la pregunta del millón: ¿es que todos los cangrejos son grandes y duros? Pues no: lógicamente los cangrejos no nacen midiendo cinco centímetros de largo y con unas poderosas pinzas. Entonces, ¿por qué no probamos a encarnar con los más pequeñitos, esos que encajan como un guante en nuestro minúsculo anzuelo? Por desconocimiento, sin duda. Repárese en que estos cangrejillos, por un lado, son más frecuentes y fáciles de atrapar que sus hermanos mayores y, además de más pequeños, generalmente más blandos, más aptos, en suma, para las fauces de los lábridos.
Respecto a los cangrejos de mayores dimensiones, si damos con ellos cuando están mudando, podemos llevarnos gratas sorpresas, y no sólo me refiero ahora a los lábridos, sino también a especies tan perseguidas como la lubina. El cangrejo blando es uno de los mejores cebos para el durdo o la maragota, incluso partido en pedazos que se adecuen al tamaño de nuestro anzuelo, funciona a las mil maravillas.
Y, hablando de cangrejos, nunca debemos olvidarnos de ese gran cebo, sin duda uno de los mejores para todas las especies de roca, que es el cangrejo ermitaño.
En España contamos con dos especies: el cangrejo ermitaño, digamos, "normal" (Eupagurus bernhardus) y otra, endémica del Mediterráneo, a la que se conoce como "ermitaño gigante". Esta última es bastante empleada como cebo, sobre todo entre los palangreros profesionales de bajura muchos puertos del sur peninsular, pero estos ejemplares, magníficos para capturar, por ejemplo, grandes espáridos, suelen ser demasiado grandes para la mayoría de los lábridos. En cambio, los otros ermitaños -los pequeños, vaya-, son ideales para aquel aparejo que persiga julias, tordos, gayanos o cualquier otro labro que se tercie.
Respecto al cangrejo ermitaño -también conocido como caracol bruja-, los profanos deben saber que, obviamente, no se trata de un molusco gasterópodo, sino de un crustáceo. Entonces, se preguntará alguno, "¿cómo así tiene concha?". La respuesta es simple: la roba. Se la roba, por supuesto, a un caracol de verdad, a un verdadero gasterópodo, que estaba en el fondo llevando una vida, suponemos plácida, de molusco, hasta que muere y es despojado de su casa, o lo matan y es despojado de su casa, que aunque no es igual, es parecido. El caso es que uno se queda sin parte de su cuerpo y el otro se apropia de él. En nuestro caso vendría a ser como si alguien se quedase con nuestra piel y nuestro esqueleto, lo cual suena muy terrorífico y muy grunch, aunque ya se sabe que las comparaciones son odiosas.
Digo esto, porque aliviará problemas de conciencia al aficionado que decida emplear ermitaños como carnada, para lo cual tendrá que hacer salir al animalillo de su concha.
Para ello existen dos métodos, igualmente expeditivos, pues el inquilino ermitaño es propenso a resistirse y no abandonar su morada -por mucho que la haya previamente robado- de buen grado. Así que no pierda el tiempo conminándole a salir y oblíguele por las bravas. Las dos maneras a las que nos referíamos son estas:
A) Partimos la concha con ayuda de una piedra o de un martillo: La ventaja es que es un método rápido. La desventaja es que, si no se hace con mimo y atinadamente, corremos el riesgo cierto de hacer puré a nuestro crustáceo.
B) Calentamos la concha con un mechero: La ventaja es que siempre sale entero y en prefecto estado operativo. La desventaja es que es un método lento y paciente y, a veces, nos quemamos los dedos.
Por lo demás, podemos encontrar ermitaños en todo nuestro litoral, especialmente en la franja tildal al retirarse la marea.
En resumen, tanto quisquillas como cangrejos ermitaños, son dos cebos magníficos para cualquier lábrido que se precie, y podemos ofrecérselos con las mismas garantías de ataque que con un anélido marino, quizás su cebo por excelencia.
1 comentario:
En pez de la primera foto se come?
Y como se puede cocinar?
Gracias
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