martes, 19 de marzo de 2013

Guía de iniciación a la pesca costera: 7-El cebado





         Guía de iniciación a la pesca costera

                            7-El cebado

                                 




El cebado es, en nuestra humilde opinión, la parte más desconocida, algo así como la asignatura pendiente -y nunca aprobada- de todo pescador. En efecto, las dificultades a la hora de escoger entre los innumerables cebos nos llevan a dudar y a decantarnos por uno que puede no ser el más indicado. 
No debemos olvidar que no existe el cebo perfecto para una especie determinada, sino que el momento, la luz, la trasparencia o temperatura del agua, o cualquiera de las múltiples circunstancias influyentes, condicionan la elección del cebo óptimo, aquél que será atacado por el pez.
De la complejidad de la elección se desprende la dificultad que entraña, incluso para el más experimentado pescador, elegir correctamente, y que sólo en ocasiones acierte, en general habiendo probado antes diferentes opciones. Entenderán entonces por qué muchos aficionados van a pescar provistos de diversos cebos, aunque conozcan al dedillo la zona a batir y la especie que buscan. En éste, como en muchos otros, aparece el aspecto lúdico y fortuito de la pesca, y siempre es más conveniente jugar con varias cartas que apostar únicamente con una, jugándoselo todo, por ejemplo, a lombrices...


CEBOS NATURALES

Como su nombre indica, son los que, en mayor o menor medida, modificados o no, proceden del medio.
El pez come lo que come. Parece una chorrada, -ustedes dirán, claro, qué chorrada-, pero a menudo se nos olvida y tratamos de que el pez muerda un bocado que a nosotros se nos antoja suculento, o que nosotros, unilateralmente, decidimos que a él le resultará delicioso.
Ejemplo: si la superficie se halla cubierta de repugnantes bichos peludos con aspecto inquietante y desde luego desagradable según nuestro criterio, es posible que nos resistamos a atrapar uno de ellos y ensartarlo en el anzuelo, y prefiramos, por contra, una de las magníficas lombrices traídas de un lugar exótico y que nos han costado 15 euros la docena en la tienda de ese señor "que lo sabe todo de pesca y que con tanto entusiasmo nos ha aconsejado". 

                          

Lo más probable es que el pez desdeñe la lombriz, pues se está alimentando con glotonería (tal y como se alimentan los peces siempre que pueden) de los bichos repugnantes que invaden la superficie.
En cierta ocasión, un amigo y reputado depredador fluvial me contó cómo logró atrapar esa trucha enorme e inatrapable con una cereza. Ante mi asombro, me explicó que lo había intentado con todo, desde la mosca al pez vivo, y que, una tarde, mientras recogía disponiéndose a abandonar con la cesta vacía, se fijó en un par de cerezos que se columpiaban sobre la poza donde presuntamente se escondía el salmónido y vertían en ella alguno de sus frutos, que no volvían a aparecer tras una primera inmersión en  el agua. Probó entonces a poner una cereza en el anzuelo y arrojarla de la forma más natural, como caída del árbol y, tras tocar la superficie, el pez mordió y llegó el milagro: se hizo la luz de la captura tanto tiempo anhelada. 
Ignoro si este relato será del todo verdadero (mi amigo es un gran pescador pero también un afamado mentiroso). Lo que sí puedo asegurar es que al pez hay que ofrecerle -siempre que se tenga oportunidad de hacerlo- aquello que está acostumbrado a comer y de la forma en que está acostumbrado a hacerlo.


 
       La quisquilla un cebo clásico
Anzuelado de cangrejo
Todos los pescadores hemos oído y narrado anécdotas semejantes, verdaderas o falsas según cada cual, pero siempre esclarecedoras en este sentido.
Abundando un poco más, diré que siempre me ha parecido un error macizar con un producto y luego encarnar el anzuelo con otro distinto, es decir, que si cebamos el agua, por ejemplo con despojos de anchoa triturados y los peces lo comen, poner en el anzuelo una quisquilla me parece desaconsejable. No digo que dé por fuerza malos resultados, ni que la quisquilla sea un mal cebo -todo lo contrario- pero siempre que sea posible, sería mejor encarnar con esos mismos pedacitos de anchoa que los peces están devorando con total confianza. El pez no recelará y facilitará nuestra tarea si previamente se ha alimentado y hemos vencido así su resistencia inicial a probar nuestra golosina.

Tampoco hay que olvidar que cada pez siente especial predilección por un tipo de comida en según qué lugares u horarios y, por tanto, las especies más representativas o interesantes para la pesca deportiva serán tratadas de manera individual en próximos capítulos con sus correspondientes cebos, pero, hasta entonces, vaya un último consejo aplicable para todos los peces: debemos ofrecer al pez lo que mayor parecido guarde con su alimentación habitual, siempre y cuando su presencia en el anzuelo no desentone demasiado con la forma en la que el pez suele encontrarlo.  
Ejemplo: Observamos una lisa o mugil comiendo en el fondo; sabemos que se está alimentando de pequeñas algas y microorganismos adheridos a las rocas que chupa sin descanso. Nos será prácticamente imposible capturarla si le ofrecemos dicho alimento soportado por un anzuelo a media agua, en caso que podamos, ya que el pez lo encontraría antinatural. Es pues, mejor, quizás, un simple trozo de pan flotando en la superficie y que sirve de escondite al pérfido acero de nuestro anzuelo.



En principio, usted podrá pensar que estoy cayendo en una contradicción al aconsejar los cebos naturales que mayor relación puedan guardar con la alimentación habitual de los peces, y acto seguido, aconsejar un trozo de pan, si el alimento natural nos resultara imposible de colocar en el anzuelo o su exposición al ataque del pez careciese de la naturalidad suficiente para que éste pueda ser engañado. 
Bien, le doy la razón, me contradigo, pero conscientemente, y es que, ésta, es una de las reglas sagradas de la pesca: no existen patrones fijos, ni fórmulas infalibles, ni nada que ofrezca un resultado invariable en cualquier circunstancia. 
Es muy posible que, de pararnos a analizar por qué a muchos y muy distintos tipos de peces les agrada el pan nuestro de cada día, llegásemos a conclusiones que no repugnarían a la razón, pero este cometido se halla fuera de las pretensiones de esta humilde obra; empero, debo indicar que, aquí precisamente, radica otra de las reglas de oro: en la pesca, en el comportamiento de los peces, en la forma en que se desarrolla una captura, poco obedece al azar, aunque, a veces, las mencionadas capturas gusten componerse con dicho disfraz, y caigamos en la trampa de achacar a la suerte lo que es un logro de nuestra inteligencia y conocimiento.

Los cebos naturales pueden ser de dos tipos: simples o compuestos:

Simples
El término simple no precisa mayor explicación. Estos cebos están compuestos de un único elemento (por ejemplo, pescado: si cebamos con trozos de pescado, el pescado es un cebo natural y simple).
No tiene mucho misterio. Estos cebos pueden estar vivos o muertos, vegetales o animales –nunca minerales- “Oiga, ¿por qué no me pican? Porque le han comido la carnada, póngale algo en el anzuelo que acero no comen” y por lo general, más animales que vegetales –sobre todo en la mar-, aunque muchas especies picarán estupendamente a los cebos de origen vegetal, máxime en agua dulce y con poca corriente.
De la misma forma, cuando pescamos en la costa, especialmente en las zonas batidas por la marea y que ésta deja descubiertas en bajamar, procuraremos siempre que la marea se halle subiendo y cebar nuestro anzuelo con los animalillos que previsiblemente el pez que tratamos de capturar esté acostumbrado a encontrar en dichas zonas, como quisquillas, pequeños cangrejos –especialmente si acaban de mudar y se hallan todavía blandos-, gusana de mar etc.


      
                                    Encarnando con gusana
Encarnando quisquilla
 Es muy aconsejable entonces aprovechar el tiempo de máxima bajamar para internarnos entre las pozas de agua poco profunda que deja la marea, provistos de un redeño y una bolsa o zurrón de tela de saco.
Primeramente echaremos unos puñados de algas mojadas en la bolsa (a fin de que el cebo se conserve vivo durante horas) para, seguidamente, ir introduciendo allí los bichos que capturemos con el redeño y que nos servirán de carnada. Una vez la marea haya subido lo suficiente, procederemos a pescar en ese mismo lugar, ahora ya con la caña y un aparejo ligero, hasta la pleamar. Este sistema, a la par que sencillo, puede reportarnos buenas capturas de peces que aprovechan el ciclo de las mareas –seis horas de subida y otras seis de bajada- y que se alimentan de los pequeños animales que hemos recogido antes con la ayuda del redeño, con lo que, obrando de esta manera, no corremos riesgo alguno de equivocarnos con el cebo y pondremos en el anzuelo aquello que el pez se haya buscando y está acostumbrado a comer.
De esta forma podemos capturar sargos –espáridos en general-, lábridos, salmonetes de roca, lubinas etc., todos ellos peces sabrosos, combativos y muy deportivos.
También los moluscos, así como los mencionados pequeños crustáceos, constituyen cebos muy recomendables. Veíamos que podemos procurarnos muchos de ellos con un simple redeño, pero también cabe acercarse al mercado y comprar unos mejillones, chirlas o navajas –almejas no, que están muy caras-. Algunos pescadores compran cebos congelados –gambas etc.- aunque si tenemos acceso a los cebos frescos, sobre todo vivos, siempre serán más aconsejables.


Mejillones y quisquilla cogidos en bajamar

Otro estupendo cebo es el cangrejo ermitaño, que se puede encontrar en las playas con la bajamar cuando es pequeño, o entre los desperdicios que tiran al agua los profesionales cuando llegan a puerto y limpian las redes de arrastre. Si estamos atentos, podremos hacernos entonces con muchos de estos animales, que constituyen uno de los mejores cebos para todos los peces de roca. Para extraerlos del caparazón donde viven, se les puede golpear con un martillo, con una piedra etc. 
Otro método es calentar la concha mediante un mechero, una plancha o una pequeña hoguera hasta conseguir que la abandonen.De esta forma saldrá el cangrejo, que arrastra un abdomen blando y jugoso, perfecto para excitar la voracidad de los peces.
En agua dulce actuaremos con los mismos patrones de conducta, y donde decíamos mejillones o chirlas, se entenderá moluscos de río o de lago, donde apuntábamos pequeños crustáceos, se traducirá por crustáceos lacustres e insectos ribereños, prestando atención a las ninfas de éstos, sobre todo las que se desarrollan en el agua. Tampoco desdeñaremos caracoles de tierra, cualquier tipo de gusano o larva, renacuajos, y, en general, pequeños animales que constituyen habitualmente el alimento de los peces. 


Compuestos
Los cebos compuestos son, en general, más usados en agua dulce que en la mar. Suelen ser cebos hechos a partir de pastas o engrudos donde se mezclan distintos materiales tales como la harina –de pescado, de trigo, de maíz- con aceites –vegetales y animales- y en ocasiones diversas especias y colorantes. Además se pueden incluir quesos, masillas animales, grasas etc.
Este tipo de cebo es muy utilizado para la pesca de ciprínidos y muchos pescadores tienen sus propias combinaciones. Es destacable su utilización para perseguir a especies de fondo tales como la carpa o la tenca, peces recelosos y de picada “lenta”, que se verán atraídos por las emanaciones de estos cebos, a los que, en forma de bolitas de diversa consistencia se los hará descansar sobre fondos con escasa o nula corriente o a media agua para otros ciprínidos con ayuda de un flotador.



En la mar, se utilizan sobre todo para la captura de mugílidos, así como salpas y no demasiadas especies más, y sobre todo con aparejos provistos de flotador, aunque haya quién utilice cebos compuestos, normalmente de escasa consistencia y a base de pescado, como macizo, es decir, para cebar las aguas y atraer diversas especies que luego tratarán de pescar con otros cebos.
Decíamos que muchos pescadores fabrican sus propios cebos compuestos y les añaden esencias y colores diversos para hacerlos más atractivos. De todas formas, es cada vez más común encontrarnos cebos compuestos y masillas ya preparados en los comercios especializados, que suelen dar buenos resultados usados de manera correcta y para las especies antes descritas.



CEBOS ARTIFICIALES

Ya hemos dicho que los cebos artificiales imitan a animales vivos que están preferentemente en la dieta de aquellos peces a los que tentamos. Es importante tener esto claro, porque de nuestra habilidad para simular que el artificial es real, es decir, que se trata de un animalillo, sobre todo en apuros, dependerá nuestro éxito en buena medida.

 
  

¿Por qué los cebos artificiales sólo imitan a cebos naturales de origen animal y no vegetal? Muy sencillo: porque están dirigidos a animales carnívoros que son aquellos susceptibles de picar estos señuelos y cuya voracidad les impulsa a hacerlo. Se imaginan un cebo artificial que imitase, por ejemplo, un trozo de patata cocida. ¿Verdad que no? Sólo pensarlo me da grima, pero, en el fondo, si no se hace es porque no es efectivo, y si no es efectivo es porque a los peces que se les puede pescar con un trozo de patata cocida –como es la carpa- tienen otra forma de comer que los carnívoros. 

Una vez aclarado esto, diremos que los cebos artificiales pueden ser también de dos tipos: los que imitan con fidelidad al alimento natural, y los que, descuidando en mayor o menor medida los detalles, tratan de provocar la reacción instintiva del pez.


Señuelos de vinilo

Me explico: aquellos que, como las cucharillas, no pretenden parecerse tanto a sus modelos naturales (pececillos, insectos etc.), como estimular el ataque del pez depredador gracias a la reacción más o menos incontrolada de su instinto. Es imposible, por poner un ejemplo, que un pez con la capacidad visual de la trucha, pueda confundir un insecto que se debate en la superficie con una cucharilla redondeada que surca las aguas, o una lubina acostumbrada a cazar en las condiciones de más precaria visibilidad, se arroje en aguas límpidas tras una fina estructura de plomo y pelos de chivo que navega en zig-zag, imitando a un pececillo desesperado.
Resulta poco verosímil tal confusión; sin embargo, estos señuelos se muestran absolutamente efectivos con los peces depredadores, y un número creciente de pescadores no utiliza otra técnica, lo que a mí juicio también supone un error, aunque deba reconocer que la pesca exclusivamente con artificiales es muy deportiva, entretenida e ingeniosa, y suele dar óptimos resultados incluso entre los más inexpertos aficionados. 


Cucharillas ondulantes

Los cebos artificiales son innumerables. Cualquier objeto que sea capaz de engañar a un pez constituye un cebo artificial. Presentan varias ventajas frente a los naturales, pero cuentan también con una gran desventaja, y es que sólo actuarán en condiciones especiales, esto es, cuando el pescador los haga parecer naturales, vivos, con lo que conseguirá engañar al pez.
Por ejemplo, lanzamos la cucharilla y la traemos recogiendo suavemente, parándola un poco en las zonas de más corriente, pegando algún toquecito de muñeca, como si se tratase de un pececillo asustado tratado de escapar a brincos, posiblemente desatemos el instinto predador de los peces y alguno se lance como una flecha hacia el señuelo.

Siguiendo con lo anterior, desde un trozo de pluma atado a un anzuelo, pasando por un artefacto mecánico que imite una rana, o un poco de lana roja, o “papel de plata”, o un pequeño monstruo peludo de colores, todos ellos son cebos artificiales, pero de muy diversa factura y apropiados para algunas especies cada uno de ellos y en según qué condiciones.

Este a sido el ultimo articulo de esta guia de pesca para principiantes, ahora solo os queda seguir insistiendo en esta gran afición que compartimos, por que de verdad como mas se aprende es practicando.





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